Versículos 1—10.
David alaba a Dios por proteger a su pueblo. 11—20. Y por
causa para alabarle.
Vv. 1—10.
Si queremos alabar a Dios aceptablemente, debemos alabarle
con sinceridad, con todo nuestro corazón. Cuando damos gracias por alguna
misericordia en particular, debemos recordar sus misericordias anteriores. No
debemos regocijarnos en la dádiva tanto como en el Dador. Los triunfos del
Redentor deben ser los triunfos del redimido. —La omnipotencia de Dios es
tal que Sus enemigos más fuertes y empecinados no pueden resistir.
Estamos seguros que el juicio de Dios es según verdad y que en Él no hay
injusticia. Por fe su pueblo puede acudir a Él como Refugio de ellos, y puede
confiar en su poder y en su promesa y descansar en Él. Quienes saben que
Él es el Padre eterno, le confiarán sus almas como cuidado principal, y
procurarán ser aprobados por Él en todo el curso de sus vidas. ¿Quién es el
que no busca a Aquel que nunca ha abandonado a quienes le buscan?
Vv. 11—20. Quienes creen que Dios es para ser grandemente alabado, no
sólo desean alabarle mejor; también desean que otros se unan a ellos.
Vendrá el día en que se verá que Él no ha olvidado el clamor del humilde,
tampoco el grito de la sangre de ellos ni el clamor de sus oraciones. —Nunca
somos llevados tan bajo, tan cerca de la muerte, que Dios no pueda
levantarnos. Si nos ha salvado de la muerte espiritual eterna, podemos
esperar que en todos nuestros padecimientos Él sea una ayuda muy
presente para nosotros. —La providencia soberana de Dios ordena así con
frecuencia que los perseguidores y los opresores sean llevados a la ruina por
los proyectos que formaron para destruir al pueblo de Dios. Los borrachos se
matan; los pródigos mendigan; los contenciosos se acarrean mal a ellos
mismos: así los pecados de los hombres pueden leerse en sus castigos y
queda claro para todos que la destrucción de los pecadores es de ellos
mismos. Toda maldad vino originalmente con el malo del infierno; y quienes
siguen en el pecado, deben ir a ese lugar de tormento. El verdadero estado,
de naciones y de individuos, puede estimarse correctamente por esta sola
regla: si en sus obras recuerdan u olvidan a Dios. —David exhorta al pueblo
de Dios a que espere su salvación, aunque sea largamente diferida. Dios
hará que se vea que nunca se olvidó de ellos: no es posible que se olvidara.
Es raro que el hombre, polvo en su origen, pecador por su caída, al que se le
recuerda continuamente ambas cosas por todo lo que hay en Él y acerca de
Él, deba aún necesitar una aguda aflicción, un grave castigo de parte de
Dios, para ser llevado al conocimiento de sí mismo y hacerlo sentir quién es
y lo que es.
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