martes, 25 de septiembre de 2012

COMENTARIO DEL SALMO 28

SALMO XXVIII



Versículos 1—5.

Una oración en la angustia. 6—9. Acción de gracias por la

liberación.



Vv. 1—5.


David es muy ferviente para orar. Obsérvese su fe en la oración:

Dios es
mi roca sobre quien edifico mi esperanza. Los creyentes no deben
descansar hasta que hayan recibido alguna señal de que sus oraciones son

escuchadas. Pide no ser contado con los impíos. Sálvame de ser enredado

en las trampas que han puesto para mí. Sálvame de ser infectado con sus

pecados y de hacer lo que ellos hacen. Señor, nunca dejes que para mi

seguridad yo use las artes de engaño y traición que ellos usan para mi

destrucción. Los creyentes temen el camino de los pecadores; los mejores

son sensibles al peligro que corren de ser descaminados: todos debemos

orar fervorosamente a Dios por su gracia para salvaguardarnos. Los que

tienen el cuidado de no participar con los pecadores en sus pecados, tienen

razón para esperar que no recibirán sus plagas. —Él habla de los justos

juicios del Señor sobre los obradores de perversidad, versículo 4. Este no es

lenguaje de pasión ni de venganza. Es una profecía de que ciertamente

llegará el día en que Dios castigue a todo hombre que persista en sus malas

obras. Los pecadores serán responsables no sólo por el mal que han hecho,

sino por el mal que concibieron y por lo que hicieron para concretarlo. El

desprecio por las obras del Señor es la causa del pecado de los pecadores, y

llega a ser la causa de su ruina.


Vv. 6—9.


¿Ha oído Dios nuestras súplicas? Entonces bendigamos su

nombre. El Señor es mi fortaleza, me sostiene, y me conduce a través de

todos mis servicios y sufrimientos. El corazón que verdaderamente cree, a su

debido tiempo se regocijará en gran manera; tenemos que esperar gozo y

paz al creer. Dios tendrá la acción de gracias por ello: así debemos expresar

nuestra gratitud. —Los santos se regocijan en el consuelo de los demás,

como en el propio: no aprovechamos menos la luz del sol y la luz del rostro

de Dios porque los demás participan de ellas. —El salmista concluye con una

oración breve, pero de gran alcance. El pueblo de Dios es su heredad,

preciosa a sus ojos. Pide que Dios los salve; que los bendiga con todo bien,

especialmente con la abundancia de sus ordenanzas que son alimento para

el alma. Y que dirija sus acciones y gobierne sus asuntos para siempre.

También, que los levante para siempre; no sólo a los de esta edad, sino a su

pueblo de toda edad venidera; que los levante tan alto como el cielo. Allí y

sólo allí serán elevados los santos para siempre, para no volver a hundirse o

deprimirse jamás. Sálvanos, Señor Jesús, de nuestros pecados; bendícenos,

tú Hijo de Abraham, con la bendición de la justicia; aliméntanos, tú, buen

Pastor de las ovejas, y elévanos por siempre del polvo. Oh, tú, que eres la

resurrección y la vida.


 

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