SALMO XXVIII
Versículos 1—5.
Una oración en la angustia. 6—9. Acción de gracias por la
liberación.
Vv. 1—5.
David es muy ferviente para orar. Obsérvese su fe en la oración:
Dios es
mi roca sobre quien edifico mi esperanza. Los creyentes no deben
descansar hasta que hayan recibido alguna señal de que sus oraciones son
escuchadas. Pide no ser contado con los impíos. Sálvame de ser enredado
en las trampas que han puesto para mí. Sálvame de ser infectado con sus
pecados y de hacer lo que ellos hacen. Señor, nunca dejes que para mi
seguridad yo use las artes de engaño y traición que ellos usan para mi
destrucción. Los creyentes temen el camino de los pecadores; los mejores
son sensibles al peligro que corren de ser descaminados: todos debemos
orar fervorosamente a Dios por su gracia para salvaguardarnos. Los que
tienen el cuidado de no participar con los pecadores en sus pecados, tienen
razón para esperar que no recibirán sus plagas. —Él habla de los justos
juicios del Señor sobre los obradores de perversidad, versículo 4. Este no es
lenguaje de pasión ni de venganza. Es una profecía de que ciertamente
llegará el día en que Dios castigue a todo hombre que persista en sus malas
obras. Los pecadores serán responsables no sólo por el mal que han hecho,
sino por el mal que concibieron y por lo que hicieron para concretarlo. El
desprecio por las obras del Señor es la causa del pecado de los pecadores, y
llega a ser la causa de su ruina.
Vv. 6—9.
¿Ha oído Dios nuestras súplicas? Entonces bendigamos su
nombre. El Señor es mi fortaleza, me sostiene, y me conduce a través de
todos mis servicios y sufrimientos. El corazón que verdaderamente cree, a su
debido tiempo se regocijará en gran manera; tenemos que esperar gozo y
paz al creer. Dios tendrá la acción de gracias por ello: así debemos expresar
nuestra gratitud. —Los santos se regocijan en el consuelo de los demás,
como en el propio: no aprovechamos menos la luz del sol y la luz del rostro
de Dios porque los demás participan de ellas. —El salmista concluye con una
oración breve, pero de gran alcance. El pueblo de Dios es su heredad,
preciosa a sus ojos. Pide que Dios los salve; que los bendiga con todo bien,
especialmente con la abundancia de sus ordenanzas que son alimento para
el alma. Y que dirija sus acciones y gobierne sus asuntos para siempre.
También, que los levante para siempre; no sólo a los de esta edad, sino a su
pueblo de toda edad venidera; que los levante tan alto como el cielo. Allí y
sólo allí serán elevados los santos para siempre, para no volver a hundirse o
deprimirse jamás. Sálvanos, Señor Jesús, de nuestros pecados; bendícenos,
tú Hijo de Abraham, con la bendición de la justicia; aliméntanos, tú, buen
Pastor de las ovejas, y elévanos por siempre del polvo. Oh, tú, que eres la
resurrección y la vida.
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