jueves, 9 de agosto de 2012

COMENTARIO DEL SALMO 19


SALMO XIX
Versículos 1—6. La gloria de las obras de Dios. 7—10. Su santidad y gracia
mostradas en su palabra. 11—14. Oración por sus beneficio.
Vv. 1—6. Los cielos declaran la gloria de Dios y proclaman su sabiduría,
poder y bondad, para que todos los impíos queden sin excusa. Por sí
mismos los cielos dicen ser obras de las manos de Dios, porque deben tener
un Creador eterno, infinitamente sabio, poderoso y bueno. El contraste de
día y noche es una gran prueba del poder de Dios y nos llama a observar
que en el reino de la naturaleza, como en el de la providencia, Él forma la luz
y crea la oscuridad, Isaías xlv, 7, y contrapone la una a la otra. El sol del
firmamento es un emblema del Sol de justicia, el Esposo de la iglesia, y la
Luz del mundo, que por su evangelio difunde luz y salvación divinas a las
naciones de la tierra. Él se deleita en bendecir a su iglesia con la cual se ha
desposado; y su curso será inagotable como el del sol hasta que toda la
tierra esté llena con su luz y su salvación. Oremos por la época en que Él
iluminará, alegrará y hará fértil a toda nación de la tierra con esa bendita
salvación. —No hay lenguaje ni palabras, así entienden algunos, pero se oye
su voz. Todo pueblo puede oír en su propio idioma a los predicadores que
cuentan las obras maravillosas de Dios. Demos la gloria a Dios por todo
consuelo y provecho que tenemos por las luces del cielo, aun mirando arriba
y más allá de ellas hacia el Sol de justicia.
Vv. 7—10. La Sagrada Escritura es de mucho mayor provecho para
nosotros que el día y la noche, que el aire que respiramos o la luz del sol. Se
necesita la palabra de Dios para recobrar al hombre de su estado caído. —
La palabra que se traduce “ley” puede comprenderse como doctrina
entendiendo que significa todo eso que nos enseña la religión verdadera. El
todo es perfecto; su tendencia es convertir o volver al alma del pecado y del
mundo a Dios y a la santidad. Muestra nuestra pecaminosidad y miseria al
dejar a Dios y la necesidad de nuestro retorno a Él. Este testimonio es fiel
porque se puede confiar completamente en Él: el ignorante e indocto,
creyendo lo que Dios dice, se vuelve sabio para salvación; es dirección
segura en el camino del deber; es fuente segura de consolación viva y
fundamento seguro de esperanza eterna. Los mandamientos de Jehová son
rectos tal como deben ser; y como son rectos alegran el corazón. El precepto
de Jehová es puro, santo, justo y bueno. Por ellos descubrimos nuestra
necesidad del Salvador y, entonces, aprendemos a adornar su evangelio.
Ellos son los medios que usa el Espíritu Santo para alumbrar los ojos; ellos
nos llevan a tener una visión y sentido de nuestro pecado y miseria, y nos
dirigen en el camino del deber. El temor del Señor, esto es, la verdadera
religión y santidad es limpia, limpiará nuestro camino; y permanece para
siempre. La ley ceremonial fue abrogada hace mucho tiempo, pero la ley del
temor de Dios es siempre la misma. Los juicios de Jehová, sus preceptos, son verdad; son justos y, así, son coherentes; no hay injusticia en ninguno de
ellos. —El oro es sólo para el cuerpo y las preocupaciones temporales; pero
la gracia es para el alma y las preocupaciones de la eternidad. La palabra de
Dios, recibida por fe, es más preciosa que el oro; es dulce para el alma, más
dulce que la miel. Los placeres sensuales pronto sacian, pero nunca
satisfacen; pero los de la religión son sustanciosos y satisfacen; no hay
peligro de exceso.
Vv. 11—14. La palabra de Dios advierte al impío que no siga su mal
camino, y advierte al justo que no se salga de su buen camino. Hay
recompensa, no sólo después de obedecer los mandamientos de Dios, sino
en obedecerlos. La religión endulza nuestro consuelo y aligera nuestras
cruces, hace verdaderamente valiosa nuestra vida y verdaderamente
deseable la muerte misma. —David no sólo deseaba ser perdonado y
limpiado de los pecados que había descubierto y confesado, sino de los que
había olvidado o pasado por alto. Todos las revelaciones de pecado que nos
hace la ley, deben llevarnos a orar ante el trono de la gracia. Su dependencia
era la misma que la de todo cristiano que dice: Ciertamente en el Señor
Jesús tengo justicia y fuerza. Ninguna oración es aceptable para Dios si no
se ofrece en el poder de nuestro Redentor Divino por medio de Aquel que
tomó nuestra naturaleza sobre sí mismo, para redimirnos para Dios y
restaurar la herencia perdida hace mucho tiempo. Que nuestro corazón sea
muy afectado con la excelencia de la palabra de Dios; y muy afectado por la
vileza del pecado y el peligro que corremos de y por este.

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