lunes, 30 de julio de 2012

COMENTARIO DEL SALMO 18


Versículos 1—19. David se regocija en la liberación que obró Dios. 20—28.
Se consuela en su integridad que Dios ha vindicado. 29—50. Da la gloria
a Dios por todas sus poderosas obras.
Vv. 1—19. Las primeras palabras: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía” son la
ocasión y el contenido del salmo. Quienes aman verdaderamente a Dios
pueden triunfar en Él como Roca y Refugio de ellos y, con confianza, pueden
invocarle. Bueno es que nosotros observemos todas las circunstancias de
una misericordia que magnifica el poder de Dios y su bondad para nosotros.
David era hombre de oración y halló que Dios es un Dios que oye la oración.
Si oramos como David, nos irá bien como a él. Se describe plenamente la
manifestación de la presencia de Dios, versículos 7—15. Poco hay del
hombre, pero mucho de Dios en estas liberaciones. No se pueden aplicar a
la historia del hijo de Isaí las palabras estupendas, majestuosas y
sobrecogedoras que se usan en la descripción de la manifestación divina.
Cada parte de una escena tan solemne de terror nos dice que ahí está uno
más grande que David. —Dios no sólo librará a su pueblo de sus problemas
en el momento debido; mientras tanto lo sostendrá en sus tribulaciones.
¿Podemos meditar en el versículo 18 sin dirigir el pensamiento al Getsemaní
y al Calvario? ¿Podemos olvidar que fue en la hora de la calamidad más
profunda de Cristo, cuando Judas lo traicionó, cuando sus amigos lo
abandonaron, cuando la multitud le escarneció, y las sonrisas del amor de su
Padre fueron retenidas, que las potestades de las tinieblas lo acosaron? Los estremecerse y temblar la tierra, y se partieron las rocas, y lo sacó, en su
resurrección, porque se complacía en Él y en su empresa.
Vv. 20—28. Quienes abandonan los caminos del Señor se apartan de su
Dios. Pero aunque estamos conscientes de muchos pasos falsos, no nos
apartemos de nuestro Dios. David tuvo su ojo puesto en la regla de los
mandamientos de Dios. El cuidado constante de guardarse del pecado,
cualquiera sea, que nos tienta con mayor facilidad, demuestra que somos
rectos ante Dios. —Los que muestran misericordia al prójimo, también
necesitan misericordia. Quienes son fieles a Dios, hallarán que Él es para
ellos todo lo que ha prometido ser. Las palabras del Señor son palabras
puras, muy seguras para confiar en ellas, y muy dulces para deleitarse en
ellas. Quienes resisten a Dios y caminan al contrario que Él, verán que Él
caminará en sentido contrario que ellos, Levítico xxvi, 21–24. La recompensa
bondadosa de la cual habla David puede ser esperada, en general, por
quienes actúan con buenos motivos. De ahí que él hable consuelo para el
humilde y terror para el orgulloso; “Humillas los ojos altivos”. Y él se da valor:
“Tú enciendes mi lámpara, oh Señor”: Tú revivirás y consolarás mi espiritu
apenado; Tú guiarás mi camino para que yo pueda evitar las trampas
puestas para mí. Tú encenderás mi lámpara para obrar, y me darás la
oportunidad de servirte. Cobren valor quienes andan en tinieblas y trabajan
sometidos al desaliento; el mismo Dios será una Luz para ellos.
Vv. 29—50. Cuando damos gracias por una misericordia, debemos
observar las muchas otras con que hemos sido rodeados toda nuestra vida.
Muchas cosas habían contribuido al desarrollo de David, y él reconoce la
mano de Dios en todas para enseñarnos a hacer lo mismo. En el versículo
32, y los siguientes, están los dones de Dios para el guerrero espiritual, por
los cuales es preparado para la contienda, conforme al ejemplo de su Líder
victorioso. Aprendemos que debemos procurar la liberación del problema a
través de Cristo. Será rechazada la oración que se eleva sin que haya
reconciliación por medio de Cristo. En David, el símbolo, contemplamos a
nuestro redentor Jesús, combatiendo con enemigos, rodeado de aflicciones y
abrumado por hombres impíos, soportando por nosotros no sólo los dolores
de la muerte, sino la ira de Dios; sin embargo, invoca al Padre con fuertes
gritos y lágrimas; rescatado de la tumba, procede a reconciliar o a poner bajo
sus pies a todos los demás enemigos, hasta que la muerte, el postrer
enemigo, sea destruida. Debemos amar al Señor, nuestra Roca y nuestra
Salvación; debemos acudir a Él en cada problema, y alabarlo por cada
liberación; debemos orientarnos a andar con Él en toda justicia y santidad
verdadera, evitando pecar. Si pertenecemos a Él, Él vence y reina por
nosotros, y nosotros venceremos y reinaremos por Él, y participaremos de la
misericordia de nuestro ungido Rey, la cual es prometida a toda su
descendencia para siempre. Amén.

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