SALMO XXXI
Versículos 1—8.
Confianza en Dios. 9—18. Orar en dificultades. 19—24.
Alabanza por la bondad de Dios.
Vv. 1—8.
La fe y la oración deben ir juntas, porque la oración de fe es la
oración que prevalece. David entregó su alma a Dios en forma especial. Y
con sus palabras, versículo 5, nuestro Señor Jesús dio su último aliento en la
cruz, e hizo de su alma una ofrenda voluntaria por el pecado, entregando su
vida como rescate. Pero aquí David es un hombre confundido y con
problemas. Su mejor parte es su gran cuidado por su alma, por su espíritu.
Muchos piensan que si están confundidos por sus asuntos mundanos y se
multiplican sus preocupaciones, pueden ser excusados si descuidan su alma;
pero somos los más interesados por cuidar de nuestra alma para que el
hombre interior no sufra daño, aunque el hombre exterior se deshaga. La
redención del alma es tan preciosa, que hubiera cesado para siempre, si
Cristo no la hubiera emprendido. —Habiendo confiado en la misericordia de
Dios, uno se alegra y regocija en eso. Dios mira nuestra alma cuando
estamos atribulados, para ver si se humilla por el pecado y mejora por la
librado de la muerte, su postrer enemigo.
Vv. 9—18.
Las aflicciones de David lo hicieron varón de dolores. Aquí era
tipo de Cristo que estaba experimentado en quebrantos. David reconoce que
sus aflicciones eran merecidas por sus pecados, pero Cristo sufrió por los
nuestros. Los amigos de David no se animaron a socorrerlo. No pensemos
que es raro si nos abandonan, pero asegurémonos de un Amigo en el cielo
que no falla. Con toda seguridad Dios ordenará y dispondrá todo en la mejor
forma para quienes también encomiendan su espíritu en su mano. El tiempo
de la vida está en las manos de Dios, que lo alarga o acorta, lo amarga o
endulza, conforme al consejo de su voluntad. El camino del hombre no está
en sí, ni en las manos de nuestros amigos, ni en las manos de nuestros
enemigos, sino en las de Dios. —Con esta fe y confianza pide al Señor que
lo salve por amor a sus misericordias, no por algún mérito de él. Profetiza
que serán silenciados quienes reprochan y hablan mal del pueblo de Dios.
Hay un día venidero en que el Señor ejecutará juicio contra ellos. Mientras
tanto, debemos dedicarnos a hacer el bien, si es posible, para silenciar la
ignorancia de los necios.
Vv. 19—24.
En lugar de rendirnos a la impaciencia o al desencanto
cuando somos atribulados, debemos volver nuestros pensamientos a la
bondad del Señor para con quienes le temen y confían en Él. Todo llega a los
pecadores a través de la dádiva maravillosa del unigénito Hijo de Dios, para
ser la expiación por los pecados. No se rinda nadie a la incredulidad o al
pensar, en circunstancias desalentadoras, que han sido cortados de delante
de los ojos del Señor, y entregados al orgullo de los hombres. Señor,
perdona nuestras quejas y temores; aumenta nuestra fe, paciencia, amor y
gratitud; enséñanos a regocijarnos en la tribulación y en la esperanza. La
liberación de Cristo, con la destrucción de sus enemigos, debiera fortalecer y
consolar los corazones de los creyentes sometidos a todas sus aflicciones de
aquí abajo, para que habiendo sufrido valientemente con su Maestro, puedan
entrar triunfantes a su gozo y gloria.
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