SALMO XXV
Versículos 1—7.
Confianza en la oración. 8—14. Oración por la remisión de
los pecados.
15—22. Por ayuda en la aflicción.
Vv. 1—7.
Al adorar a Dios debemos elevar nuestra alma a Él. Cierto es que
nadie será avergonzado que, asistido por la fe, espere en Dios, y que por
una esperanza de fe, espere por Él. El creyente más maduro necesita y
desea que Dios le enseñe. Si deseamos sinceramente conocer nuestro
deber, con la resolución de hacerlo, podemos estar seguros que Dios nos
dirigirá. —El salmista desea fervientemente el perdón de sus pecados. Se
dice que cuando Dios perdona el pecado, no lo recuerda más, lo cual denota
remisión plena. Es la bondad de Dios, no la nuestra, su misericordia, no
nuestro mérito, lo que debe ser nuestro ruego al pedir el perdón de pecados,
y todo el bien que necesitamos. Debemos descansar en este argumento,
sintiento nuestra propia indignidad y satisfechos de las riquezas de la
misericordia y la gracia de Dios. —¡Cuán ilimitada es la misericordia que
cubre por siempre los pecados y las necedades de una juventud pasada sin
Dios y sin esperanza! Bendito sea el Señor que la sangre del gran Sacrificio
puede limpiar toda mancha.
Vv. 8—14.
Todos somos pecadores; y Cristo vino al mundo a salvar
pecadores, a enseñar a los pecadores, a llamar a los pecadores al
arrepentimiento. Valoramos una promesa por el carácter de quien la haga;
por tanto, confiamos en las promesas de Dios. Todas las sendas del Señor,
esto es, todas sus promesas y todas sus providencias, son misericordia y
verdad. El pueblo de Dios puede ver todos sus tratos el despliegue de su
misericordia y el cumplimiento de su palabra, cualquiera sean las aflicciones
por las cuales estén ahora siendo ejercitados. Todas las sendas del Señor
son misericordia y verdad; y así será cuando lleguen al final de su jornada.
Quienes son humildes, que desconfían de sí mismos, y desean ser
enseñados y seguir la dirección divina, a estos guiará en juicio, esto es, por
la regla de la palabra escrita, para hallar el descanso para sus almas en el
Salvador. Aun cuando el cuerpo esté enfermo y dolorido, el alma puede estar
cómoda en Dios.
Vv. 15—22.
El salmista concluye, como empezó, expresando
dependencia de Dios y deseo de Él. Bueno es esperar así y aguardar
calladamente la salvación del Señor. Y si Dios se vuelve
a nosotros, no
importa quien se vuelva
de nosotros. Él alega su propia integridad. Aunque
culpable ante Dios, para sus enemigos tenía el testimonio de conciencia de
no haberles hecho mal. A la larga Dios dará a Israel descanso de todos los
enemigos que le rodean. El Israel de Dios será perfectamente redimido en el
cielo de todo problema. Bendito Salvador, nos has enseñado
bondadosamente que sin ti nada podemos hacer. Enséñanos a orar, a
comparecer delante de ti en la manera que elijas, y a elevar nuestro corazón
y todos nuestros deseos hacia ti, porque tú eres el Señor, nuestra justicia.