jueves, 26 de julio de 2012

COMENTARIO DEL SALMO 17


Versículos 1—7. La integridad de David. 8—15. El carácter de sus enemigos.
Su esperanza de felicidad.
Vv. 1—7. Este salmo es una oración. Las oraciones fingidas son estériles,
pero si nuestro corazón dirige nuestras oraciones, Dios las responderá con
su favor. El salmista acostumbraba a orar, de modo que no es su
intranquilidad ni el peligro lo que principalmente lo lleva ahora a su deber. Su
fe lo anima a esperar que Dios tome nota de sus oraciones. —Una buena
prueba de nuestra integridad es la constante resolución contra los pecados
de la lengua y velar en ello. Consciente de la propensión del hombre a las
malas obras, y de sus tentaciones peculiares, David hizo de la palabra de
Dios su protección contra los caminos de Satanás que llevan a la
destrucción. Si evitamos cuidadosamente los caminos del pecado, será muy
consolador en la reflexión, cuando estemos en problemas. Quienes por
gracia andan en los caminos de Dios deben pedir que su andar sea
conservado en esas sendas. David ora, Señor sosténme todavía. Los que
siguen y perseveran en los caminos de Dios deben, por la fe y la oración,
recibir nuevas raciones diarias de gracia y fuerza de su parte. —Muestra tus
maravillosas misericordias, tus favores especiales, no misericordias
comunes, pero sé bueno conmigo; haz como acostumbras a hacer a los que
aman tu nombre.
Vv. 8—15. Estando rodeado por los enemigos, David ora a Dios que lo
mantenga a salvo. Esta oración es una predicción de que Cristo será
guardado a través de todas las penurias y dificultades de su humillación,
para ser llevado a las glorias y goces de su estado de exaltación, y es un
patrón para que los cristianos entreguen a Dios el cuidado de sus almas,
confiando en que Él las preservará para su reino celestial. —Los enemigos
de nuestras almas son nuestros peores enemigos. Son espada de Dios que
no se puede mover sin Él, y que envaina cuando ya ha hecho su obra con
ellos. Ellos son su mano por la cual castiga a su pueblo. No hay huida de la
mano de Dios, sino huida a ella. Muy consolador es que cuando tememos el
poder del hombre, veamos que depende del poder de Dios y está sometido a Él. La mayoría de los hombres miran las cosas de este mundo como las
mejores cosas y no miran más allá, ni muestran interés por proveer para la
otra vida. Las cosas de este mundo son llamadas tesoros; así se las cuenta,
pero para el alma, y comparadas con las bendiciones eternas, son basura. El
cristiano más afligido no tiene que envidiar al hombre más próspero del
mundo, que tiene su porción en esta vida. —Vestidos con la rectitud de
Cristo, teniendo buen corazón y buena vida por su gracia, contemplemos por
la fe el rostro de Dios, y pongámoslo siempre delante de nosotros. Cuando
despertemos cada mañana, satisfagámonos con su semejanza puesta
delante de nosotros en su palabra, y con su semejanza estampada en
nosotros por su gracia renovadora. La felicidad en el otro mundo está
preparada sólo para los justificados y santificados: ellos tomarán posesión de
esto cuando, en la muerte, su alma despierte de su profundo sueño en el
cuerpo, y cuando, en la resurrección, el cuerpo despierte de su sueño en la
tumba. No hay satisfacción para un alma sino en Dios y en su buena
voluntad hacia nosotros, y su buena obra en nosotros; pero esa satisfacción
no será perfecta hasta que vayamos al cielo.

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