lunes, 14 de enero de 2013

EL SALMO 32

Los Salmos

Capítulo 32

32:1 Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado.
32:2 Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad,
Y en cuyo espíritu no hay engaño.
32:3 Mientras callé, se envejecieron mis huesos
En mi gemir todo el día.
32:4 Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano;
Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah
32:5 Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová;
Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.
32:6 Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado;
Ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él.
32:7 Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia;
Con cánticos de liberación me rodearás. Selah
32:8 Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar;
Sobre ti fijaré mis ojos.
32:9 No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento,
Que han de ser sujetados con cabestro y con freno,
Porque si no, no se acercan a ti.
32:10 Muchos dolores habrá para el impío;
Mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia.
32:11 Alegraos en Jehová y gozaos, justos;
Y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón.

COMENTARIO DEL SALMO XXXII

SALMO XXXII



Versículos 1, 2.

La felicidad del pecador perdonado. 3—7. La desdicha

anterior al consuelo que siguió a la confesión de pecados.


8—11.

Instrucción para los pecadores, estímulo para los creyentes.



Vv. 1, 2.


El pecado es la causa de nuestra desgracia; pero las transgresiones

del creyente verdadero a la ley divina son todas perdonadas puesto que

están cubiertas por la expiación. Cristo llevó sus pecados, en consecuencia,

no se le imputan. Puesto que se nos imputa la justicia de Cristo, y por haber
sido hechos justicia de Dios en Él, no se nos imputa nuestra iniquidad,

porque Dios cargó sobre Él el pecado de todos nosotros, y lo hizo ofrenda

por el pecado por nosotros. No imputar el pecado es un acto de Dios, porque

Él es el Juez. Dios es el que justifica. —Fijaos en el carácter de aquel cuyos

pecados son perdonados; es sincero y busca la santificación por el poder del

Espíritu Santo. No profesa arrepentirse con la intención de darse el gusto

pecando, porque el Señor esté listo para perdonar. No abusa de la doctrina

de la libre gracia. Y al hombre cuya iniquidad es perdonada, se le promete

toda clase de bendiciones.


Vv. 3—7.


Es muy difícil llevar al hombre pecador a que acepte

humildemente la misericordia gratuita, con la confesión total de sus pecados

y la condena de sí mismo. Pero el único camino verdadero a la paz de

conciencia es confesar nuestros pecados para que sean perdonados;

declararlos para ser justificados. Aunque el arrepentimiento y la confesión no

merecen el perdón de la transgresión, son necesarios para disfrutar

realmente la misericordia que perdona. ¡Y qué lengua podría expresar la

felicidad de esa hora cuando el alma, oprimida por el pecado, es capacitada

para derramar libremente sus penas ante Dios, y para recibir la misericordia

del pacto en Cristo Jesús! —Los que prosperan en oración, deben buscar al

Señor cuando, por su providencia, Él los llama a buscarlo y, por su Espíritu,

los incita a que lo busquen a Él. —En el tiempo de encontrar, cuando el

corazón está ablandado por la tristeza y cargado por la culpa; cuando falla

todo refugio humano; cuando no se puede hallar reposo para la mente

turbada, entonces Dios aplica el bálsamo sanador por su Espíritu.


Vv. 8—11.


Dios enseña por su palabra y guía con las intimaciones

secretas de su voluntad. David da una palabra de advertencia a los

pecadores. La razón de esta advertencia es que el camino del pecado

terminará ciertamente en dolor. —Aquí hay una palabra de consuelo para los

santos. Vean ellos que la vida de comunión con Dios es lo más grato y

consolador. Que nos regocijemos en ti, oh Señor Jesús, y en tu salvación; así

ciertamente nos regocijaremo