Los Salmos
Capítulo 32
32:1 Bienaventurado aquel cuya transgresión ha
sido perdonada, y cubierto su pecado.
32:2 Bienaventurado el hombre a
quien Jehová no culpa de iniquidad,
Y en cuyo espíritu no hay
engaño.
32:3 Mientras callé, se envejecieron mis huesos
En
mi gemir todo el día.
32:4 Porque de día y de noche se agravó sobre mí
tu mano;
Se volvió mi verdor en sequedades de verano.
Selah
32:5 Mi pecado te declaré, y no encubrí mi
iniquidad.
Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová;
Y tú
perdonaste la maldad de mi pecado.
32:6 Por esto orará a ti todo santo
en el tiempo en que puedas ser hallado;
Ciertamente en la inundación
de muchas aguas no llegarán éstas a él.
32:7 Tú eres mi refugio; me
guardarás de la angustia;
Con cánticos de liberación me rodearás.
Selah
32:8 Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes
andar;
Sobre ti fijaré mis ojos.
32:9 No seáis como el
caballo, o como el mulo, sin entendimiento,
Que han de ser sujetados
con cabestro y con freno,
Porque si no, no se acercan a
ti.
32:10 Muchos dolores habrá para el impío;
Mas al que
espera en Jehová, le rodea la misericordia.
32:11 Alegraos en Jehová y
gozaos, justos;
Y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de
corazón.
lunes, 14 de enero de 2013
COMENTARIO DEL SALMO XXXII
SALMO XXXII
Versículos 1, 2.
La felicidad del pecador perdonado. 3—7. La desdicha
anterior al consuelo que siguió a la confesión de pecados.
8—11.
Instrucción para los pecadores, estímulo para los creyentes.
Vv. 1, 2.
El pecado es la causa de nuestra desgracia; pero las transgresiones
del creyente verdadero a la ley divina son todas perdonadas puesto que
están cubiertas por la expiación. Cristo llevó sus pecados, en consecuencia,
no se le imputan. Puesto que se nos imputa la justicia de Cristo, y por haber
sido hechos justicia de Dios en Él, no se nos imputa nuestra iniquidad,
porque Dios cargó sobre Él el pecado de todos nosotros, y lo hizo ofrenda
por el pecado por nosotros. No imputar el pecado es un acto de Dios, porque
Él es el Juez. Dios es el que justifica. —Fijaos en el carácter de aquel cuyos
pecados son perdonados; es sincero y busca la santificación por el poder del
Espíritu Santo. No profesa arrepentirse con la intención de darse el gusto
pecando, porque el Señor esté listo para perdonar. No abusa de la doctrina
de la libre gracia. Y al hombre cuya iniquidad es perdonada, se le promete
toda clase de bendiciones.
Vv. 3—7.
Es muy difícil llevar al hombre pecador a que acepte
humildemente la misericordia gratuita, con la confesión total de sus pecados
y la condena de sí mismo. Pero el único camino verdadero a la paz de
conciencia es confesar nuestros pecados para que sean perdonados;
declararlos para ser justificados. Aunque el arrepentimiento y la confesión no
merecen el perdón de la transgresión, son necesarios para disfrutar
realmente la misericordia que perdona. ¡Y qué lengua podría expresar la
felicidad de esa hora cuando el alma, oprimida por el pecado, es capacitada
para derramar libremente sus penas ante Dios, y para recibir la misericordia
del pacto en Cristo Jesús! —Los que prosperan en oración, deben buscar al
Señor cuando, por su providencia, Él los llama a buscarlo y, por su Espíritu,
los incita a que lo busquen a Él. —En el tiempo de encontrar, cuando el
corazón está ablandado por la tristeza y cargado por la culpa; cuando falla
todo refugio humano; cuando no se puede hallar reposo para la mente
turbada, entonces Dios aplica el bálsamo sanador por su Espíritu.
Vv. 8—11.
Dios enseña por su palabra y guía con las intimaciones
secretas de su voluntad. David da una palabra de advertencia a los
pecadores. La razón de esta advertencia es que el camino del pecado
terminará ciertamente en dolor. —Aquí hay una palabra de consuelo para los
santos. Vean ellos que la vida de comunión con Dios es lo más grato y
consolador. Que nos regocijemos en ti, oh Señor Jesús, y en tu salvación; así
ciertamente nos regocijaremo
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