SALMO XXX
Versículos 1—5.
Alabanza a Dios por la liberación. 6—12. Otros son
animados por su ejemplo.
Vv. 1—5.
Las grandes cosas que el Señor ha hecho por nosotros, tanto por
su providencia como por su gracia, obligan nuestra gratitud para hacer todo
lo que podamos para el progreso de su reino entre los hombres, aunque lo
más que podamos hacer sea poco. —Los santos de Dios en el cielo le
cantan; ¿por qué no hacen lo mismo los que están en tierra? Ninguna de las
perfecciones de Dios conlleva en sí más temor para el impío o más consuelo
para el santo que su santidad. Buena señal es que seamos, en parte,
partícipes de su santidad si podemos regocijarnos de todo corazón con su
solo recuerdo. Nuestra felicidad está ligada al favor divino; si lo tenemos,
tenemos bastante, sea lo que sea lo demás que necesitemos; pero mientras
dure la ira de Dios, durará el lloro de los santos.
Vv. 6—12.
Cuando las cosas nos salen bien, somos dados a pensar que
siempre será así. Cuando vemos nuestro error, nos corresponde pensar con
vergüenza que nuestra seguridad carnal es necedad nuestra. Si Dios
esconde su rostro, el hombre piadoso es perturbado, aunque ninguna
calamidad le sobrevenga. Pero si Dios, en su sabiduría y justicia, se aparta
de nosotros, será una gran necedad si nosotros nos apartamos de Él. No;
aprendamos a orar en las tinieblas. El espíritu santificado que vuelve a Dios,
lo alabará, seguirá aún alabándolo; pero los servicios de la casa de Dios no
pueden ser realizados por el polvo; no puede alabarlo; no hay ciencia ni obra
en el sepulcro, porque es la tierra del silencio. Pedimos bien cuando pedimos
vida, si lo hacemos para alabarlo. —En su debido momento, Dios libró al
salmista de sus problemas. Nuestra lengua es nuestra gloria, y nunca lo es
más que cuando se la usa para alabar a Dios. Quisiera perseverar hasta el
fin alabándole, y esperando que en breve estará donde esto sea su tarea
eterna. Pero cuidémonos de la seguridad carnal. Ni la prosperidad externa ni
la paz interior son aquí seguras y duraderas. El Señor, en su favor, ha fijado
firmemente la
seguridad del creyente como montañas de profundas raíces,
pero debe esperar encontrarse con tentaciones y aflicciones. Cuando nos
descuidamos, caemos en pecado, el Señor esconde Su rostro, nuestros
consuelos se derrumban, y los problemas nos asedian.