lunes, 8 de octubre de 2012

COMENTARIO DEL SALMO XXX

SALMO XXX



Versículos 1—5.

Alabanza a Dios por la liberación. 6—12. Otros son

animados por su ejemplo.



Vv. 1—5.


Las grandes cosas que el Señor ha hecho por nosotros, tanto por

su providencia como por su gracia, obligan nuestra gratitud para hacer todo

lo que podamos para el progreso de su reino entre los hombres, aunque lo

más que podamos hacer sea poco. —Los santos de Dios en el cielo le

cantan; ¿por qué no hacen lo mismo los que están en tierra? Ninguna de las

perfecciones de Dios conlleva en sí más temor para el impío o más consuelo

para el santo que su santidad. Buena señal es que seamos, en parte,

partícipes de su santidad si podemos regocijarnos de todo corazón con su

solo recuerdo. Nuestra felicidad está ligada al favor divino; si lo tenemos,
tenemos bastante, sea lo que sea lo demás que necesitemos; pero mientras

dure la ira de Dios, durará el lloro de los santos.


Vv. 6—12.


Cuando las cosas nos salen bien, somos dados a pensar que

siempre será así. Cuando vemos nuestro error, nos corresponde pensar con

vergüenza que nuestra seguridad carnal es necedad nuestra. Si Dios

esconde su rostro, el hombre piadoso es perturbado, aunque ninguna

calamidad le sobrevenga. Pero si Dios, en su sabiduría y justicia, se aparta

de nosotros, será una gran necedad si nosotros nos apartamos de Él. No;

aprendamos a orar en las tinieblas. El espíritu santificado que vuelve a Dios,

lo alabará, seguirá aún alabándolo; pero los servicios de la casa de Dios no

pueden ser realizados por el polvo; no puede alabarlo; no hay ciencia ni obra

en el sepulcro, porque es la tierra del silencio. Pedimos bien cuando pedimos

vida, si lo hacemos para alabarlo. —En su debido momento, Dios libró al

salmista de sus problemas. Nuestra lengua es nuestra gloria, y nunca lo es

más que cuando se la usa para alabar a Dios. Quisiera perseverar hasta el

fin alabándole, y esperando que en breve estará donde esto sea su tarea

eterna. Pero cuidémonos de la seguridad carnal. Ni la prosperidad externa ni

la paz interior son aquí seguras y duraderas. El Señor, en su favor, ha fijado

firmemente la

seguridad del creyente como montañas de profundas raíces,

pero debe esperar encontrarse con tentaciones y aflicciones. Cuando nos

descuidamos, caemos en pecado, el Señor esconde Su rostro, nuestros

consuelos se derrumban, y los problemas nos asedian.

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