SALMO XXIX
Exhortación a glorificar a Dios.
Los poderosos y honorables de la tierra están especialmente obligados a
honrar y adorar a Dios; pero, ay, pocos intentan adorarlo en la belleza de la
santidad. Cuando vamos a Él como el redentor de pecadores, en
arrepentimiento, fe y amor, Él acepta nuestros defectuosos servicios,
perdona el pecado que los alcanza y aprueba la medida de santidad que el
Espíritu Santo nos capacita para ejercer. —Aquí tenemos la naturaleza de la
adoración religiosa; es tributar al Señor la gloria debida a su nombre.
Debemos ser santos en todos nuestros servicios religiosos, consagrados a
Dios y a su voluntad y gloria. Hay belleza en la santidad y esta embellece
todos los actos de adoración. —Aquí el salmista establece el dominio de Dios
en el reino de la naturaleza. Podemos ver y oír su gloria en el trueno, en el
rayo y en la tormenta. Que nuestros corazones sean por ello llenos con
pensamientos grandiosos, y elevados, y honrosos de Dios, en la santa
adoración de aquel para quien es tan importante el poder de la piedad. ¡Oh,
Señor, Dios nuestro, tú eres muy grande! El poder del rayo iguala al terror del
trueno. El temor causado por estos efectos del poder divino deben
recordarnos el gran poder de Dios, la debilidad del hombre y la condición
indefensa y desesperada del malo en el día del juicio. Pero los efectos de la
palabra divina en las almas de los hombres, bajo el poder del Espíritu Santo,
son mucho más grandes que los de las tormentas que atronan el mundo
natural. Ante el poder de la Palabra, los más fuertes tiemblan, los más
orgullosos son derribados, los secretos del corazón salen a luz, los
pecadores se convierten, el salvaje, sensual e inmundo se vuelve inofensivo,
amable y puro. —Si hemos oído la voz de Dios y hemos huido a refugiarnos
en la esperanza puesta ante nosotros, recordemos que los hijos no tienen
que temer la voz de su Padre, cuando Él habla enojado a sus enemigos.
Mientras tiemblan los que no tienen refugio, bendíganle por su seguridad
quienes permanecen en el refugio que Él señaló, esperando sin desmayar el
día del juicio, seguros como Noé en el arca
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