martes, 21 de agosto de 2012

COMENTARIO DEL SALMO 22


SALMO XXII
Versículos 1—10. Lamento del desaliento. 11—21. Oración pidiendo
liberación. 22—31. Alabanzas por las misericordias y la redención.
Vv. 1—10. En este salmo, el Espíritu de Cristo que estaba en los profetas
testifica clara y plenamente de los sufrimientos de Cristo y la gloria que
seguiría. —Tenemos un doloroso lamento porque Dios se ha retirado. Esto
se puede aplicar a cualquier hijo de Dios, aplastado, abrumado con pena y
terror. Las deserciones espirituales son las aflicciones más dolorosas de los
santos; pero hasta su queja por estas cargas es una señal de vida espiritual
y del ejercicio de los sentidos espirituales. Clamar: ¿Dios mío por qué estoy
enfermo? ¿Por qué estoy pobre?, tiene sabor a descontento y mundanalidad.
Pero: ¿Por qué me has abandonado? es el lenguaje de un corazón que ata
su felicidad al favor de Dios. —Esto debe aplicarse a Cristo. Con las primeras
palabras de esta queja derramó su alma ante Dios cuando estaba en la cruz,
Mateo xxvii, 46. Siendo verdadero hombre, Cristo sintió una indisposición
natural a pasar a través de tan grandes dolores, pero prevalecieron su celo y
amor. Cristo declara la santidad de Dios, su Padre celestial, en sus
sufrimientos más agudos; sí, los declara como prueba de aquello por lo cual
sería perpetuamente alabado por su Israel, más que por todas las otras
liberaciones que recibieron. Nunca nadie que esperó en ti, fue avergonzado
de su esperanza; nunca nadie que te buscó, te buscó en vano. —Aquí hay
un lamento por el desprecio y oprobio de los hombres. El Salvador habla del
estado de rechazo al cual estaba reducido. La historia de los sufrimientos de
Cristo y de su nacimiento explica esta profecía.
Vv. 11—21. En estos versículos tenemos el sufrimiento de Cristo, y a
Cristo orando; en ellos somos dirigidos a buscar cruces y, bajo ellas, mirar a
Dios. Se describe la forma misma de la muerte de Cristo, aunque no era la
usada por los judíos. Ellos horadaron sus manos y sus pies, al clavarlos en el
madero maldito, y todo su cuerpo fue dejado colgando para que sufriera los
dolores y torturas más severos. Su fuerza natural falló, siendo consumida por
el fuego de la ira divina que hizo presa de su espíritu. ¿Quién puede,
entonces, resistir la ira de Dios? O, ¿quién conoce su fuerza? La vida del
pecador fue abandonada, y la vida del Sacrificio debe ser su redención.Cuando fue crucificado, nuestro Señor Jesús fue desvestido para que pudiera revestirnos con la túnica de su justicia. Así estaba escrito, en
consecuencia, correspondía que Cristo así sufriera. Que todo esto confirme
nuestra fe en Él como el verdadero Mesías, y estimule nuestro amor por Él
como nuestro mejor amigo, que nos amó y sufrió todo esto por nosotros. —
En su agonía Cristo oró, oró fervorosamente que la copa pudiese pasar de
Él. Cuando no podemos regocijarnos en Dios como nuestro cántico,
permanezcamos en Él como nuestra fortaleza; y recibamos consuelo de los
apoyos espirituales, cuando no podemos tener deleites espirituales. —Pide
ser librado de la ira divina. Él que ha librado, debe librar y librará. Debemos
pensar en los sufrimientos y la resurrección de Cristo hasta que sintamos en
nuestra alma el poder de su resurrección y la participación en sus
padecimientos.
Vv. 22—31. Ahora el Salvador habla como resucitado de entre los
muertos. Las primeras palabras de la queja las usó Cristo mismo en la cruz;
las primeras palabras de triunfo se aplican expresamente a Él, Hebreos ii, 12.
Todas nuestras alabanzas deben referirse a la obra de redención. El
sufrimiento del Redentor fue aceptado por gracia como completa satisfacción
por el pecado. Aunque fue ofrecido por pecadores, el Padre no lo despreció
ni lo aborreció, por amor a nosotros. Esto debiera ser el tema de nuestra
acción de gracias. Toda alma humilde, bondadosa, debe tener su satisfacción
y felicidad completa en Él. Los que tienen hambre y sed de justicia en Cristo,
no trabajarán por lo que no sacia. Los que oran mucho, ofrecerán muchas
acciones de gracias. Quienes se vuelven a Dios tomarán conciencia de estar
adorando delante de Él. Que toda lengua confiese que Él es el Señor. Altos y
bajos, ricos y pobres, esclavos y libres, se reúnen en Cristo. —Viendo que no
podemos mantener viva nuestra alma, es sabiduría nuestra, por fe obediente,
encomendarla a Cristo, que es capaz de salvarla y mantenerla viva por
siempre. —Una semilla le servirá. Dios tendrá una iglesia en el mundo hasta
el fin del tiempo. Los creyentes le serán contados como su generación; Él
será para ellos el mismo que fue para los que pasaron antes que ellos.
Declararán que su justicia, y no la propia, es el fundamento de todas sus
esperanzas y la fuente de todos sus goces. La redención por Cristo es un
hecho del Señor mismo. —Aquí vemos el amor y la compasión gratuitos de
Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo por nosotros, miserables
pecadores, como fuente de toda gracia y consuelo; el ejemplo que tenemos
que seguir; el trato que tenemos que esperar como cristianos, y la conducta
que tenemos que adoptar sometidos a ello. Aquí se puede aprender toda
lección que aproveche al alma humillada. Los que procuran establecer su
propia justicia, pregunten, ¿por qué debía sufrir así el amado Hijo de Dios si
sus obras podían expiar el pecado? Que el profesante impío considere si el
Salvador obedeció así la ley divina, para que tuviera el privilegio de
despreciarla. Que el negligente se cuide de huir de la ira venidera, y que el
tembloroso apoye sus esperanzas sobre este Redentor misericordioso. Que
el creyente tentado y angustiado espere gozosamente el final feliz de toda prueba.

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